
Fotografía Begoña Rivas Vio nacer la industria del disco en España. También la ha visto morir. Y lleva camino de ser testigo de cómo resucita a través del vinilo. Hablamos en su casa, en el salón tiene un petaco y una jukebox. Me fui cuando tenía cinco años.
No sabía si se abría una género de portal espacio-temporal cuando subía las escaleras o si simplemente tenía un despiste enorme; el caso es que era el cuarto día consecutivo que tenía que bajar las escaleras corriendo después de haberlas subido. Cuando entré en el laboratorio, vi que estaba sentado junto a Soyoung. Resignada, obedecí a la profesora de química y caminé hasta el final del clase, donde tuve que sentarme con El típico tío que gritaba en su casa las letras de las canciones de sus animes preferidos y que prefería las chicas en dos dimensiones a las de verdad. Mi acompañante de laboratorio lo hacía todo. Le dejé trabajar a su gusto, sin presiones. A pesar de que a mi compañero de laboratorio no le importaba que yo no hiciera carencia, al resto de compañeros de clase les pareció fatal. Como si ellos no fueran egoístas.